Los mismos corazones
Nos adentramos en el universo de Maryse Condé, escritora francesa, reconocida feminista y activista difusora de la historia y la cultura africana en el Caribe.
Un universo sencillo y de finos trazos que nos habla de la construcción de la identidad, el racismo y las relaciones de poder y de cómo la literatura representa una herramienta casi infalible para despertarnos con una nueva conciencia.
Septiembre de 2019
Cada persona reconstruimos nuestro pasado a través de las sensaciones, los escalofríos y los recuerdos que nos va dejando la vida vivida. Y esto hace que el proceso sea complejo y, en ocasiones, subjetivo en la medida en la que empezamos solo por medir o evaluar aquello que se recuerda. Con el paso del tiempo, reubicamos y reinterpretamos nuestros recuerdos, otorgándoles niveles de importancia diversos, idealizando unos y embruteciendo otros. Pero existen algunos, tan cercanos a la verdad, que continúan situándonos ante una realidad honesta y fiel a esa vida pasada. Y es Maryse Condé quien escribe sobre estos últimos.
La novela Corazón que ríe, corazón que llora (Impedimenta, 2019) está formada por 17 cuentos que van dibujando los momentos de la infancia y la juventud de Condé, a modo de obra autobiográfica. Así, se entretejen tantos recuerdos como la autora quiere plasmar para acercarnos a sus orígenes, sus dudas y el descubrimiento de la consciencia.
Arranca la historia con el momento de su nacimiento. Guadalupe. Finales de los años 30. Un embarazo extemporáneo. Una niña, Maryse, a la que nadie espera y la que, repentinamente y sin plan previo, entra a formar parte de una familia de ocho hermanos. No le tiembla el pulso cuando califica a sus padres de burgueses y clasistas (les prohibían hablan criollo y solo se expresaban en un exquisito francés) y es que no le falta razón. Crece sin importarle demasiado sus orígenes africanos y sin percatarse de su color de piel. “Es innegable que no sentían el más mínimo orgullo por su herencia africana. De hecho, la ignoraban. Completamente”. Pero un viaje familiar a París genera en ella un desconcierto que la acompañará siempre y que funciona, en buena parte, como denominador común cuando una es un lienzo sin pintar, cuando una es una niña. “Mi madre nos llenaba la cabeza con descripciones maravillosas de las fachadas del Panteón y del mercado de Saint-Pierre y, sobre todo, de la Santa Capilla y Versalles. Mi padre prefería el Museo del Louvre y la discoteca La Cigale, donde iba de mozo a menear el esqueleto. Así que, a mediados del año 1946, volvieron a subirse encantados de la vida al paquebote que debía llevarlos al puerto de Le Havre, la primera escala en el camino de regreso al país adoptivo”.
Parte de la familia Condé
Es precisamente París la antítesis de la vida en Guadalupe, rincón confortable y sin obstáculos aparentes. Es precisamente París la ciudad que le permite despejar esas incógnitas que, poco a poco, iban surgiendo en su cabeza. Parece ser, según recuerda Condé, que todo sucedió en la terraza de un bistró parisino, un espacio público, extenso y sin límites que sus padres no podían controlar. Fue allí cuando se percató de que el color de piel determinaba el trato que los camareros del lugar les prestaban. Con desdén, desaire y desprecio. Aquí comienza a apreciar la diferencia de trato a su familia, a pesar de su cultura y posición social. A este episodio le siguen mucho otros, diferentes pero con igual fondo.
Estamos ante un libro que habla, entre otras cuestiones, de la búsqueda de la identidad individual, esa que ella define como un vestido que tienes que ponerte, lo quieras o no lo quieras, te quede bien o no. Supongamos que así fuera. Condé elige un camino. Da vueltas a su cabeza para huir de imposiciones y deseos ajenos, para buscar y dar con la vía adecuada que favorezca una vida lo más cercana posible a la libertad.
Portada del libro
Y es que en su trabajo y en su vida personal, Condé admitió en una ocasión: «no podría escribir cualquier cosa… a no ser que tenga una importancia política segura«. Esa es la cuestión en las obras de Condé. Su carga social y reivindicativa, escondida a modo de recuerdos. Imperdible.
*Las fotografías utilizadas en este post pertenecen a la Editorial Impedimenta.
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